Martin Luther King, la historia de un luchador aprovechada por el Imperialismo
Por Denis Vásquez Alvino
A raíz del cuarenta y seis aniversario de
la muerte del Reverendo Martin Luther
King, quien diera su famoso discurso “Yo tengo un sueño” (I Have a Dream),
se han escrito muchos reportajes, tanto en EEUU como en España, sobre aquella
marcha gloriosa comandada por el líder afroamericano y sobre Martin Luther
King, refiriéndose a este último como una figura inspiracional que, actuando
como la conciencia de la nación estadounidense, exigió a aquella sociedad el
fin de la discriminación contra la población negra, de origen africano. Es
difícil ver u oír aquel discurso sin conectar con su causa.
Ahora bien, esta imagen inspiracional de
Martin Luther King se ha construido a costa de olvidar y hacer olvidar a otro
Martin Luther King, el Martin Luther King real, que veía esta discriminación
como resultado de unas relaciones de poder basadas en una explotación, no solo
de raza, sino también de clase social. Se ha silenciado que Martin Luther King fue
un socialista que, sin lugar a dudas, hubiera sido muy crítico con las
sucesivas políticas, tanto domésticas como internacionales, llevadas a cabo
durante todos estos años por los gobiernos federales, incluyendo la actual Administración
Obama.
Martin Luther King estuvo en contra de la
guerra del Vietnam, como hubiera estado en contra de las guerras de Irak y
Afganistán, y no solo por su pacifismo, sino también por su antimilitarismo y
antiimperialismo. En su momento el líder afroamericano definió al gobierno de
EEUU como “el máximo agente de violencia hoy en el mundo… gastándose más en
los instrumentos de muerte y destrucción que en programas sociales vitales para
las clases populares del país”. Era profundamente anticapitalista, como
consta en su discurso de que “deberíamos denunciar a aquellos que se resisten a
perder sus privilegios y placeres que vienen junto a los beneficios adquiridos
de sus inversiones, extrayendo su riqueza a través de la explotación”.
Y en 1967 condenó con toda contundencia los
tres diablos que –a su parecer- “caracterizaban al sistema de poder
estadounidense, a saber, el racismo, la explotación económica y el
militarismo”, acentuando que “las mismas fuerzas que consiguen enormes
beneficios a través de las guerras son las responsables de la enorme pobreza en
nuestro país”
Y su último discurso, en apoyo de las
reivindicaciones de los trabajadores de los servicios de saneamiento que
estaban en huelga, concluyó con la famosa frase de que “la lucha central en
EEUU es la lucha de clases”. Dos semanas más tarde fue asesinado, sin que nunca
se haya aclarado tal hecho. Una persona fugitiva de la cárcel de Missouri,
James Earl Ray, fue acusado de asesinarle. Fue detenido en el aeropuerto de
Heathrow, en Londres, con gran cantidad de dinero en su posesión. Nunca se
aclaró quién dio ese dinero.
Una cosa es que Martin Luther King fuera la
conciencia de EEUU, exigiendo que no se discriminara a los negros, petición con
un fuerte contenido moral al cual era difícil oponerse. Pero otra cosa muy
distinta y amenazante para la estructura de poder era subrayar que el origen de
la pobreza y discriminación (que incluye también a amplios sectores de la clase
trabajadora blanca, además de la negra, pues la mayoría de pobres en EEUU son
blancos) requiera un cambio revolucionario (por muy no violento que sea) de las
estructuras capitalistas de aquel país. Y la elección del Presidente Obama
prueba, precisamente, la certeza del diagnóstico de Martin Luther King. Hoy el
Presidente de EEUU es un afroamericano, lo cual, no hay ninguna duda, es un
gran adelanto. Pero la pobreza entre negros (y entre blancos) en EEUU no ha
cambiado desde entonces.
De ahí la enorme hostilidad del establishment
estadounidense, del cual la Policía Federal, FBI, fue un elemento clave,
dirigida por una de las figuras más nefastas de la historia de EEUU, J. Edgar
Hoover (definido por el famoso periodista Russell Baker, del New York Times,
como un “tirano patético”) que había intentado convencer al Fiscal General del
Estado Federal, Robert Kennedy, “de que el cerebro de los negros era un
veinticinco por ciento más pequeño que el de los blancos”. Era cercano
políticamente al senador segregacionista de Carolina del Sur, Strom Thurmond, e
intentó por todos los medios desacreditar al movimiento antisegregacionista y a
sus dirigentes, gran número de los cuales eran socialistas y comunistas. En
realidad, fueron los sindicatos, y muy particularmente, el sindicato del
automóvil, el UAW (United Automobile Workers) los que financiaron en gran parte
tal marcha. Y a la izquierda de Martin Luther King en la marcha estaba Walter
Reuther, su secretario general, socialista y blanco. Una tercera parte del
cuarto de millón en la marcha de Washington eran blancos, gran número de ellos
sindicalistas y miembros de partidos de izquierda. El eslogan de la marcha era
“libertad, justicia y trabajo”. Y el organizador de la marcha, Asa Philip
Randolph, era el sindicalista afroamericano más conocido en EEUU, dirigente del
sindicato ferroviario (Paul Le Blanc, “Revolutionary Road, Partial Victory. The
March on Washington for Jobs and Freedom”, Monthly Review, Sept 2013).
Y cuando el Presidente Kennedy, a
instancias de Hoover, jefe del FBI, puso como condición para que él apoyara la
marcha, que despidiera del liderazgo a aquellos radicales que estaban en
puestos de dirección, Martin Luther King se negó. La presión de la calle era
tal que el Presidente Kennedy decidió a última hora apoyar la marcha,
recibiendo a Martin Luther King en la Casa Blanca. Y el obispo católico de
Washington, Patrick O’Boyle, amenazó con no participar en la marcha a no ser
que los discursos (que se habían distribuido con antelación) se moderaran.
Últimas observaciones. En 1986, el día del
nacimiento de Martin Luther King fue declarado fiesta nacional cada año. Pero
en esta captura de la imagen popular del líder afroamericano se ha transformado
deliberadamente su mensaje y figura para reciclarlo como una figura inspiracional,
conciencia del país, a favor de los derechos civiles de la población
afroamericana (con especial hincapié en su poder de votar), olvidándose
deliberadamente del Martin Luther King real, que pidió un cambio profundo, no
solo en las relaciones de raza, sino también de clase social. De esto último ni
se habla ni se hablará en los Estados Unidos de Norteamericano, irónicamente el
país que pregona ser un ejemplo de democracia.
La lección de esta situación es clara. La estructura de
poder deriva su enorme influencia de su poder de clase (así como género y
raza). Y no permite que se toque ese poder, derivando las legítimas demandas de
fin de discriminación de género y raza, reciclándolas (incluyendo elementos de
tales grupos discriminados dentro de la estructura de poder) para poder adaptarlos
a la estructura social dominante. Existe hoy un Presidente afroamericano y una
clase media negra que no existían antes, lo cual es motivo de celebración. Sin
embargo, el estándar de vida de la mayoría de negros y blancos (pertenecientes
a la clase trabajadora) no ha mejorado durante todo este periodo. Libertad no
significa dejar de ser esclavo. Libertad es acceder a todos los derechos
democráticos que el sistema, como deber intrínseco, tendría que otorgar a sus
ciudadanos.
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