Idi Amín Dadá, un
patriota bajo la sombra de la dictadora
Por Denis Vásquez Alvino
M
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e dirijo ante este tribunal planteándole una pregunta antes de concluir mi legítima defensa. Pues bien sus eminencias, ¿el fin justica los medios? Quizás vuestra respuesta, a priori, sería un contundente no. Sin embargo, ustedes nunca podrán entender, como lo entiendo yo, que significa realmente amar a su país. Mi amor por Uganda no tiene límites y cuando digo esto no me refiero a la típica demagogia de un mandatario de Estado. Uganda para mi fue mi vida y es por eso es que ahora me encuentro sentado en el banquillo de los acusados producto de mi entrega patriótica en defensa de mi tierra y mi pueblo. En consecuencia señor juez, ¿cómo debí actuar ante este reto que la historia me reclamaba en nombre de Uganda? En esos momentos tan difíciles cuando una nación reclama los servicios de un defensor que vele, de forma heroica tal como lo hice yo, por sus derechos y, a la vez, engrandezca el honor vapuleado de todo un país. Es imposible dar la espalada al deber cívico que, como líder de todo un pueblo, me precede.
Yo fui combatiente durante la Segunda Guerra Mundial. Tuve que alistarme a las tropas del imperio británico para empezar mi hacia la liberación de Uganda. Luché desde el puesto más bajo en el ejército y ascendí, como buen ugandés perseverante, hasta el cargo más alto dentro de las fuerzas armadas. Hecho que nunca un negro había logrado antes. He combatido por la independencia de Uganda en 1962 y asimismo por la liberación política de mi país de aquellos sátrapas que consumían a mi patria. La envidia y el racismo tanto de los enemigos externos a África como también los internos en mi país me condenaron por haber llegado tan alto. De ahí que me relacionaran con actos deplorables como el canibalismo. Es muy fácil acusar a alguien desde fuera sin saber lo que, inmerso en la miseria de una guerra, significa encontrarte con una tribu que te apresa y por consiguiente te obliga a cometer barbaries según su dictan sus costumbres. Solo los entendidos en el caso podrían comprender todas las peripecias que un soldado tiene que pasar durante el tiempo de combate.
Me acusan de golpista por haber derrocado el régimen vil y corrupto del cobarde Obote. Yo nunca tuve ambiciones personales de poder. Mi única intención fue tomar las armas para defender la dignidad de mi pueblo y erradicar la lacra política que perjudicaba a Uganda. Sin embargo, pese a demostrar que el pueblo estuvo a mi favor la prensa internacional, impulsada por traidores a la patria y al espíritu africano, se dedicaron a llamar a mi gobierno como “Reinado del terror”. ¿De qué terror hablan? Quizás para estos difamadores la palabra terror esté relacionada con que un negro patriota asuma el poder de un pueblo con hambre de cambio y gloria. Incluso se atrevieron a decirme racista, xenófobo y antisemita simplemente por no alinearme con los países tiranos que se dedican, históricamente, a oprimir a los pueblos tercermundistas sin que nadie diga ni haga algo. Ante esta agresión constante hacia mi persona y a mi pueblo solamente tuve la opción de romper relaciones con los gobiernos hipócritas y cínicos que deseaban la caída de mi régimen y la miseria en Uganda.
A lo largo de mi mandato entre los años de 1971 a 1979 solamente viví entregado para mi patria y de eso puede dar fe mi pueblo. Asimismo, intenté aplicar los aspectos positivos del capitalismo y el comunismo en beneficio de Uganda. No soy un Hitler negro su señoría. Soy Idi Amín Dadá blanco, ya que por llegar a niveles destinados solamente para blancos hoy intentan condenarme por el amor incondicional que le debo a mi patria. Finalmente, quizás si fui megalómano por pensar en la grandeza que merecían los niños de Uganda. Una Uganda libre y digna. Alá y la historia me absolverán.
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