miércoles, 4 de marzo de 2015

¡QUIÉN TE HA VISTO Y QUIÉN TE VE!

Una quimera llamada Barcelona

Denis V. Al Vino

A
 lo largo del último siglo pocas ciudades han logrado proyectar una imagen tan autorreferencial y triunfalista como Barcelona. Sin duda, es un caso paradigmático en el mundo, e incluso sui generis, ya que la propia ciudad se narra desde la autoridad como mediterránea, abierta y amable. Como si de un himno se tratase, Barcelona se vende al mundo de forma constante y atrevida. En la actualidad, Barcelona destina una gran inversión económica en la autopromoción como marca, no únicamente en el extranjero, buscando la captación de inversores internacionales, sino también dirigiéndose a sus propios habitantes.  Sin embargo, no todo lo que brilla es oro aunque sus autoridades lo pregonen o porque una parte de sus ciudadanos se jacten, en su mayoría los extranjeros, de sentirse orgullosamente barceloneses. Se sabe, pese a la escasa difusión recibida, que Barcelona no es únicamente la ciudad  que es la mejor tienda del mundo, la que organiza grandes eventos mundiales, la que inspira o la que se puso guapa. Por el contrario, la ciudad condal guarda un pesado epitafio donde descansan historias ocultas y silenciadas que se alejan del bombardeo turístico y el marketing asfixiante que intentan imponernos. 
Uno de esos documentos que nos retrata lo que realmente pasó en Barcelona para que se convirtiera en lo que es ahora es el documental La marca Barcelona. En este material audiovisual se produce una profunda crítica sobre el proceso descomunal y gigantesco de reestructuración urbanística que sufrió Barcelona durante las pasadas décadas.  Aquí se demuestra la política abusiva de exclusión, promovida por las autoridades barcelonesas, que perjudicaron directamente a la clase trabajadora, actores principales del resurgimiento histórico de la ciudad,  y que se basa en un modelo enfocado al olvido de la memoria social y a la discriminación social de la gente más necesitada.
No obstante, ¿qué es la marca Barcelona? En la voz de quiénes se encargan de vender y comprar esta ciudad, es decir las autoridades y los grandes capitales extranjeros, Barcelona es la ciudad perfecta capaz de encandilar a sus visitantes e inversores. Sin embargo, para la población  barcelonesa su ciudad no es más que una fábrica brutal e infalible de dinero controlada por un sector de poder político y económico que castiga a la gente con sus decisiones. En consecuencia, el pueblo pasa a segundo plano y se prioriza la venta de una imagen teatral plagada de grandes construcciones  ensalzadas  para el lente fotográfico pero sin mayor repercusión social necesaria para los barceloneses. La marca Barcelona es una falacia que  promueve la injusticia, donde ganan los que más tienen y pierden los de siempre, proyectando al mundo una ciudad de impacto global pero inexistente para su propia gente. El mejor ejemplo de este negativo fenómeno es el de la especulación inmobiliaria que apuesta por las construcciones colosales, grandes elefantes blancos para la ciudad, y en detrimento deja rezagada a la gente más necesitada que ve como se les niega  constantemente el acceso a una vivienda digna.
Cabe resaltar que el desarrollo de una ciudad siempre debería significar un aspecto positivo para lo ciudadanos que la habitan.  Empero, este desarrollo impulsado por las autoridades metropolitanas nunca tendrían que efectuarse a cualquier precio.  Si partimos de la premisa que la base de una ciudad son sus propios ciudadanos, las autoridades deberían enfocar sus esfuerzos a priorizar el desarrollo socioeconómico de sus habitantes en vez de apostar, exclusivamente,  por los grandes capitales que, a la larga,  poco o nada les importa el desarrollo local de la gente.  
Si bien es cierto que la ciudad soñada por Gaudí y Miró necesita de una belleza y publicidad que le haga única ante los ojos del mundo, aunque este aspecto ya parezca intrínseco a la ciudad, quizás no se tan necesario concentrar todos los esfuerzos en vender la imagen de una ciudad que de por sí se vende sola. La memoria de lo que fue esta ciudad y de cómo se levantó varias veces ante la adversidad debería ser el mejor ejemplo a tener en cuenta por las autoridades a la hora de querer vender la esencia y los valores que transmite Barcelona. Ahora bien, diferenciarse mundialmente no significa excluir ya que la exclusión significa discriminación, injusticia y olvido. De lo contrario sólo se generaría más miseria y desigualdad entre los propios barceloneses que verían con impotencia como prostituyen su ciudad con la venia de sus autoridades, por así decirlo.

¿Sería posible imaginar una Barcelona sin tener en cuenta a los  barceloneses? Todo desarrollo debería basarse en la inclusión social y no basta con resaltar el aspecto externo de la ciudad si es que se deja de lado al motor que movió, mueve y moverá esta ciudad, es decir su propia gente.


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