jueves, 11 de diciembre de 2014

EL BAILE DE LA INDIFERENCIA

Un experimento sociológico por las calles de Barcelona


ODA A LA INDIFERENCIA


Por Denis Vásquez Alvino

E

l invierno catalán empezaba a apremiar la sensibilidad de nuestras pieles. Sudores temblorosos que recorren nuestras venas ansiosas de calor extrahumano. El atrevimiento a desviar nuestras miradas lejos de la sensibilidad siempre resultará difícil. Un De pronto, una belleza anclada a la juventud provoca la marcha de los sin sentido. Su contorno, dulce y provocativo, lucha  intensamente contra la ceguera de las personas. Será que todos somos danzantes en las vías plagadas de anónimos transeúntes. Yo soy indiferente y ella baila sola contra todo mientras el tiempo se paraliza a su ritmo. No existe punto intermedio entre el aprecio y el desprecio. Tú eres indiferente y su silueta danzante produce una mezcla de insensibilidad, frialdad y desinterés. Mientras tanto dibuja una nube más en el cielo de los títeres de carne y hueso que se hacen llamar personas. Nosotros somos indiferentes ¿Bailamos?


lunes, 1 de diciembre de 2014

EN BÚSQUEDA DEL SUEÑO UGANDÉS

Idi Amín Dadá, un patriota bajo la sombra de la dictadora


Por Denis Vásquez Alvino
M
e dirijo ante este tribunal planteándole una pregunta antes de concluir mi legítima defensa. Pues bien sus eminencias,  ¿el fin justica los medios? Quizás vuestra respuesta, a priori, sería un contundente no. Sin embargo, ustedes nunca podrán entender, como lo entiendo yo, que significa realmente amar a su país. Mi amor por Uganda no tiene límites y cuando digo esto no me refiero a la típica demagogia de un mandatario de Estado. Uganda para mi fue mi vida y es por eso es que ahora me encuentro sentado en el banquillo de los acusados producto de mi entrega patriótica en defensa de mi tierra y mi pueblo. En consecuencia señor juez, ¿cómo debí actuar ante este reto que la historia me reclamaba en nombre de Uganda? En esos momentos tan difíciles cuando una nación reclama los servicios de un defensor que vele, de forma heroica tal como lo hice yo, por sus derechos y, a la vez,  engrandezca el honor vapuleado de todo un país. Es imposible dar la espalada al deber cívico que, como líder de todo un pueblo, me precede.

            Yo fui combatiente durante la Segunda Guerra Mundial. Tuve que alistarme a las tropas del imperio británico para empezar  mi hacia la liberación de Uganda. Luché desde el puesto más bajo en el ejército y ascendí, como buen ugandés perseverante, hasta el cargo más alto dentro de las fuerzas armadas. Hecho que nunca un negro había logrado antes. He combatido por la independencia de Uganda en 1962 y asimismo por la liberación política de mi país de aquellos sátrapas que consumían a mi patria. La envidia y el racismo tanto de los enemigos externos a África como también los internos en mi país me condenaron por haber llegado tan alto. De ahí que me relacionaran con actos deplorables como el canibalismo. Es muy fácil acusar a alguien desde fuera sin saber lo que, inmerso en la miseria de una guerra, significa encontrarte con una tribu que te apresa y por consiguiente te obliga a cometer barbaries según su dictan sus costumbres. Solo los entendidos en el caso podrían comprender todas las peripecias  que un soldado tiene que pasar durante el  tiempo de combate. 

            Me acusan de golpista por haber derrocado el régimen vil y corrupto del cobarde Obote. Yo nunca tuve ambiciones personales de poder. Mi única intención fue tomar las armas para defender la dignidad de mi pueblo y erradicar la lacra política que perjudicaba a Uganda. Sin embargo, pese a demostrar que el pueblo estuvo a mi favor la prensa internacional, impulsada por traidores a la patria y al espíritu africano, se dedicaron a llamar a mi gobierno como “Reinado del terror”. ¿De qué terror hablan? Quizás para estos difamadores la palabra terror esté relacionada con que un negro patriota asuma el poder de un pueblo con hambre de cambio y gloria. Incluso se atrevieron a decirme racista, xenófobo y antisemita simplemente por no alinearme con los países tiranos que se dedican, históricamente, a oprimir a los pueblos tercermundistas sin que nadie diga ni haga algo. Ante esta agresión constante hacia mi persona y a mi pueblo solamente tuve la opción de romper relaciones con los gobiernos hipócritas y cínicos que  deseaban la caída de mi régimen y la miseria en Uganda. 

            A lo largo de mi mandato entre los años de 1971 a 1979 solamente viví entregado para mi patria y de eso puede dar fe mi pueblo.  Asimismo, intenté aplicar los aspectos positivos del capitalismo y el comunismo en beneficio de Uganda. No soy un Hitler negro su señoría. Soy Idi Amín Dadá blanco, ya que por llegar a niveles destinados solamente para blancos hoy intentan condenarme por el amor incondicional que le debo a mi patria.  Finalmente, quizás si fui megalómano por pensar en la grandeza que merecían los niños de Uganda. Una Uganda libre y digna. Alá y la historia me absolverán.

domingo, 30 de noviembre de 2014

EL EPITAFIO DE MIRAVET

El día que cayeron los últimos Templarios


Por Denis Vásquez Al Vino

A
lo largo del último año solo he podido pensar en la memoria de mi doncella. ¿Es posible que la historia me haya puesto en este camino para sufrir la crueldad de su ausencia? Mis ojos y nuestro amor que surgió en Miravet ya no son los mismos como hace un año. Antes de que empezara el asedio de las tropas reales del despiadado Jaime II, todo era perfecto en nuestras vidas. Mi deber y entrega fiel a la Orden de la Temple marcaba la disciplina a una vida llena de amor y felicidad entre Annabella y yo. No entiendo porqué la humanidad tiene ese afán constante de vivir ligado a la autodestrucción. Hombres que matan hombres en nombre de otros hombres que nunca se acordarán, precisamente, de ningún hombre. No entiendo mi  papel siendo partícipe de este martirio. ¿Acaso la humanidad ya no tiene suficiente castigo con  todas las atrocidades sufridas en el pasado? No lo entiendo. Annabella murió en mis brazos cuando defendíamos juntos el honor de nuestro castillo. Vi como sus ojos me miraban mientras agonizaba lentamente. La dulzura plasmada en su rostro lleno de valentía como cuando se espera a la muerte, es algo que nunca podré quitarme de la cabeza. Annabella ha muerto rindiendo honor a la Orden de la Temple que fue durante muchos años nuestra razón de ser. Miravet merecía nuestro sacrificio y así sucedió. Annabella se fue junto a muchos de mis más leales amigos. Nunca entenderé cómo estas tierras del mediterráneo fueran capaces de soportar las barbaridades que la espada produce y el escudo no defiende. El drama histórico que vivimos los combatientes del Ebro, en defensa de Miravet, ya no tiene sentido. Hemos perdido la esperanza y las ganas por seguir adelante. Ya no existe la gracia que, en su entonces, el conde de Barcelona Ramón Berenguer IV nos otorgó a la Orden de la Temple. Queda claro que ya no son momentos de bonanzas ni alientos. Ahora mi mente deambula como un fantasma en búsqueda de su propio cadáver. Han muertos mis amigos y superiores. Ha muerto el amor de mi vida y con ella todo rastro de esperanza. Ha muerto mi espíritu y con eso mis ganas del mañana. Las tropas reales nos han apresado, sin compasión alguna, durante la madrugada. No quedamos ni la cuarta parte de los que éramos en 1307. Los soldados y algunos traidores franceses a la Orden de la Temple se burlan en nuestras caras humillándonos constantemente de forma física y psicológica. Anuncian que la muerte sería nuestra mejor clemencia. Sin embargo, el murmullo sobre nuestra expulsión de las tierras benditas del Ebro va en aumento y con ello la perpetuidad del castigo también. No existe peor pena que vivir sumido en  la derrota. Sí, con vida pero sin alma. ¿Acaso eso es vida? No es un premio sobrevivir como un derrotado cuando muchos de los nuestros murieron sin clemencia alguna. La celda para los perdedores es la más triste de todas. No existe dignidad ni honor que defender. A lo mejor el enemigo tiene razón al decir que la muerte sería nuestra mejor salida ante esta impotencia y vergüenza. Es 1308 y no tengo fuerzas para poder seguir adelante y es por eso que escribo esta nota para despedirme de todo lo que pudo ser pero no fue. Aragón reclama la cabeza de los perdedores y yo soy uno de los primeros voluntarios para ofrecerme a la muerte. Es hora de terminar  con mis recuerdos de gloria al lado de Orden de la Temple. Es hora de desaparecer de la geografía de la hermosas tierras del Ebro. Es hora dejar mi nombre de Dioniso de los Bosques para convertirme en polvo eterno. Annabella me espera en su regazo y con ella el premio consuelo de saber que mi vida ya no es tan satisfactoria como sí lo será mi muerte.


viernes, 4 de abril de 2014

YO TUVE UN SUEÑO

Martin Luther King, la historia de un luchador aprovechada por el Imperialismo


Por Denis Vásquez Alvino
A raíz del cuarenta y seis aniversario de la muerte del  Reverendo Martin Luther King, quien diera su famoso discurso “Yo tengo un sueño” (I Have a Dream), se han escrito muchos reportajes, tanto en EEUU como en España, sobre aquella marcha gloriosa comandada por el líder afroamericano y sobre Martin Luther King, refiriéndose a este último como una figura inspiracional que, actuando como la conciencia de la nación estadounidense, exigió a aquella sociedad el fin de la discriminación contra la población negra, de origen africano. Es difícil ver u oír aquel discurso sin conectar con su causa.
Ahora bien, esta imagen inspiracional de Martin Luther King se ha construido a costa de olvidar y hacer olvidar a otro Martin Luther King, el Martin Luther King real, que veía esta discriminación como resultado de unas relaciones de poder basadas en una explotación, no solo de raza, sino también de clase social. Se ha silenciado que Martin Luther King fue un socialista que, sin lugar a dudas, hubiera sido muy crítico con las sucesivas políticas, tanto domésticas como internacionales, llevadas a cabo durante todos estos años por los gobiernos federales, incluyendo la actual Administración Obama.
Martin Luther King estuvo en contra de la guerra del Vietnam, como hubiera estado en contra de las guerras de Irak y Afganistán, y no solo por su pacifismo, sino también por su antimilitarismo y antiimperialismo. En su momento el líder afroamericano definió al gobierno de EEUU como “el máximo agente de violencia hoy en el mundo… gastándose más en los instrumentos de muerte y destrucción que en programas sociales vitales para las clases populares del país”. Era profundamente anticapitalista, como consta en su discurso de que “deberíamos denunciar a aquellos que se resisten a perder sus privilegios y placeres que vienen junto a los beneficios adquiridos de sus inversiones, extrayendo su riqueza a través de la explotación”.
Y en 1967 condenó con toda contundencia los tres diablos que –a su parecer- “caracterizaban al sistema de poder estadounidense, a saber, el racismo, la explotación económica y el militarismo”, acentuando que “las mismas fuerzas que consiguen enormes beneficios a través de las guerras son las responsables de la enorme pobreza en nuestro país”
Y su último discurso, en apoyo de las reivindicaciones de los trabajadores de los servicios de saneamiento que estaban en huelga, concluyó con la famosa frase de que “la lucha central en EEUU es la lucha de clases”. Dos semanas más tarde fue asesinado, sin que nunca se haya aclarado tal hecho. Una persona fugitiva de la cárcel de Missouri, James Earl Ray, fue acusado de asesinarle. Fue detenido en el aeropuerto de Heathrow, en Londres, con gran cantidad de dinero en su posesión. Nunca se aclaró quién dio ese dinero.
Una cosa es que Martin Luther King fuera la conciencia de EEUU, exigiendo que no se discriminara a los negros, petición con un fuerte contenido moral al cual era difícil oponerse. Pero otra cosa muy distinta y amenazante para la estructura de poder era subrayar que el origen de la pobreza y discriminación (que incluye también a amplios sectores de la clase trabajadora blanca, además de la negra, pues la mayoría de pobres en EEUU son blancos) requiera un cambio revolucionario (por muy no violento que sea) de las estructuras capitalistas de aquel país. Y la elección del Presidente Obama prueba, precisamente, la certeza del diagnóstico de Martin Luther King. Hoy el Presidente de EEUU es un afroamericano, lo cual, no hay ninguna duda, es un gran adelanto. Pero la pobreza entre negros (y entre blancos) en EEUU no ha cambiado desde entonces.
De ahí la enorme hostilidad del establishment estadounidense, del cual la Policía Federal, FBI, fue un elemento clave, dirigida por una de las figuras más nefastas de la historia de EEUU, J. Edgar Hoover (definido por el famoso periodista Russell Baker, del New York Times, como un “tirano patético”) que había intentado convencer al Fiscal General del Estado Federal, Robert Kennedy, “de que el cerebro de los negros era un veinticinco por ciento más pequeño que el de los blancos”. Era cercano políticamente al senador segregacionista de Carolina del Sur, Strom Thurmond, e intentó por todos los medios desacreditar al movimiento antisegregacionista y a sus dirigentes, gran número de los cuales eran socialistas y comunistas. En realidad, fueron los sindicatos, y muy particularmente, el sindicato del automóvil, el UAW (United Automobile Workers) los que financiaron en gran parte tal marcha. Y a la izquierda de Martin Luther King en la marcha estaba Walter Reuther, su secretario general, socialista y blanco. Una tercera parte del cuarto de millón en la marcha de Washington eran blancos, gran número de ellos sindicalistas y miembros de partidos de izquierda. El eslogan de la marcha era “libertad, justicia y trabajo”. Y el organizador de la marcha, Asa Philip Randolph, era el sindicalista afroamericano más conocido en EEUU, dirigente del sindicato ferroviario (Paul Le Blanc, “Revolutionary Road, Partial Victory. The March on Washington for Jobs and Freedom”, Monthly Review, Sept 2013).
Y cuando el Presidente Kennedy, a instancias de Hoover, jefe del FBI, puso como condición para que él apoyara la marcha, que despidiera del liderazgo a aquellos radicales que estaban en puestos de dirección, Martin Luther King se negó. La presión de la calle era tal que el Presidente Kennedy decidió a última hora apoyar la marcha, recibiendo a Martin Luther King en la Casa Blanca. Y el obispo católico de Washington, Patrick O’Boyle, amenazó con no participar en la marcha a no ser que los discursos (que se habían distribuido con antelación) se moderaran.
Últimas observaciones. En 1986, el día del nacimiento de Martin Luther King fue declarado fiesta nacional cada año. Pero en esta captura de la imagen popular del líder afroamericano se ha transformado deliberadamente su mensaje y figura para reciclarlo como una figura inspiracional, conciencia del país, a favor de los derechos civiles de la población afroamericana (con especial hincapié en su poder de votar), olvidándose deliberadamente del Martin Luther King real, que pidió un cambio profundo, no solo en las relaciones de raza, sino también de clase social. De esto último ni se habla ni se hablará en los Estados Unidos de Norteamericano, irónicamente el país que pregona ser un ejemplo de democracia.

La lección de esta situación es clara. La estructura de poder deriva su enorme influencia de su poder de clase (así como género y raza). Y no permite que se toque ese poder, derivando las legítimas demandas de fin de discriminación de género y raza, reciclándolas (incluyendo elementos de tales grupos discriminados dentro de la estructura de poder) para poder adaptarlos a la estructura social dominante. Existe hoy un Presidente afroamericano y una clase media negra que no existían antes, lo cual es motivo de celebración. Sin embargo, el estándar de vida de la mayoría de negros y blancos (pertenecientes a la clase trabajadora) no ha mejorado durante todo este periodo. Libertad no significa dejar de ser esclavo. Libertad es acceder a todos los derechos democráticos que el sistema, como deber intrínseco, tendría que otorgar a sus ciudadanos.