De la noche a la mañana, posfranquismos y más
Por Denis V. Al Vino
¿Quién es Pau Reverte?
Soy un individuo hecho y derecho aunque desarrollado más por el lado izquierdo
que por el lateral derecho, si cabe la posibilidad. Será que las ideas buenas se
desarrollan en esa parte del cerebro. Legalmente soy licenciado en Derecho, valga la
redundancia, por la universidad de Barcelona. Sin embargo, también soy escritor
por amor a la revolución personal y músico por vocación a la melomanía. Estuve
casado por diez años con quien es ahora mi mejor amiga. Fruto de ese amor de
amigos tengo dos maravillosas hijas. Actualmente, vivo en Barcelona desde hace un
par de años con mi compañero sentimental, un francés asentado en Catalunya. Nací
en Barcelona y crecí en el barrio de Gràcia cuando esta ciudad aún no había sido
invadida por el germen del turismo. Me considero un auténtico barcelonés ya que
viví una era convulsa donde la ciudad explotó al mundo de la noche a la mañana.
Eran otras épocas, sin duda.
¿Cómo me definiría usted a Barcelona siendo un auténtico barcelonés?
Barcelona fue, es y será una dama vanguardista. Una ciudad que se maquilla según la
ocasión. Unas noches doncella y otras ramera pero siempre dispuesta al misterio. Depende de los ojos como la quieras ver. Pero sobretodo, depende de las ganas
como la quieras sentir y vivir. Barcelona puede que resulte una hermosa quimera
para sus generaciones de turno. Yo viví una en la cual nos fascinaba soñar y sonar
entre campanadas de anarquía y descontrol, más por amor al arte que a la
insurrección. La década de los 70s fuera verdaderamente una mixtura de
sensaciones y nuevas ideas. Una etapa de cambios sustanciales para todos los que
habitamos en esta gran ciudad. Fueron los últimos años de Franco y los primeros de
la democracia, aún pueril en España. Me sentí como un embrión franquista que
nació con la muerte del dictador, contradicciones de la vida.
¿Fue difícil ser barcelonés en la era franquista?
Déjeme decirle que nunca se trató de dificultad sino más bien del grado de aventura
al cual estabas dispuesto a vivir incluso muriendo en el intento. Yo crecí bajo la
represión franquista en tierras catalanas. No hablábamos nuestra lengua por temor
a las represalias. Nos prohibieron sentirnos orgullosos de nuestra raíces. En
consecuencia, ser barcelonés con Franco era como tener una amante, Catalunya, a la
cual follábamos con verdadero amor y disfrutando, a la vez, con pasión y frenesí de
nuestra infidelidad a nuestra retrógrada y antipática mujer, España. Esa fea gorda
de falda larga y piernas no depiladas. Así veía yo a España durante mi adolescencia
sin entender porque no podía cantar bien en inglés las canciones de los Rolling
Stones mientras mis primos asentados en Londres se codeaban con la invasión
británica de los 60s. Ser barcelonés era una mezcla de resentimientos a punto de
explotar. Envidiaba la vida europeizada y eso me volcó a romper esquemas y ser
parte de un movimiento liberal y europeo en Barcelona. La cultura era pregonar la
contracultura, no había otra salida decente al clamor juvenil de entonces. Ya no era
época de fútbol y toros. Barcelona daba para mucho más.
¿Sufrió en carne propia la represión franquista?
A la caída del parasitismo franquista con la muerte de su gusano mayor todos nos
sentimos libres. El sólo hecho de saber que ya no existía la represión
subdesarrollada de militarismos obscenos, me ayudó mucho a redescubrirme,
precisamente sin necesidad de cubrir mis pensamientos y vicios. Me sentí yo mismo
por primera vez en mi vida. Para mi suerte todo esto pasó cuando nacía al mundo si
me refiero a mi edad. Fue una etapa extraña pero hermosa a la vez.
¿Durante la época franquista jugaba a ser otra persona?
Cuando murió Franco tenía 21 años y estaba en la flor de mi juventud. Quería
explorar todo lo que esté a mi alcance, tanto lo negativo como lo positivo para mi
salud mental y física. Digamos que antes la discriminación que recibí fue en la
escuela y también por parte de mi familia. Siempre me sentí homosexual pero, aún
así , cuando eres adolescente, y en la época que me tocó vivir, era mejor decir que te
querías suicidar. Al menos así entenderían que estás loco pero no que eres una
escoria para la familia y la sociedad. Imagínese usted ser el hermano mayor de tres
chicos bajo el mando de un padre asiduo a la iglesia los domingos por la mañana. No
era temor a la vergüenza sino más bien a las represalias. Nunca olvidaré cuando en
la escuela religiosa que me tocó sufrir largos años de mi vida nos decían que los
homosexuales eran hijos de Satanás, irónicamente aquellos amanerados y pedófilos
sacerdotes pagados con el salario de mis padres.
¿Qué sintió con 21 años y con el horizonte sin franquismos?
Pues viví en carne propia el mito de la transición que todos conocemos. Barcelona
vivió una bofetada de cultura y paganismo, por así decirlo, social y artístico. Ya no se
aspiraba a ser un dandy. Por el contrario, viví la etapa del neo hipismo americano
donde compartir era la esencia de nuestras vidas. Entre a la Facultad de Derecho
para estudiar abogacía. No obstante, tenía una vida clandestina que se distanciaba
mucho de la formalidad y las buenas costumbres que adquirí durante mi infancia y
adolescencia. Barcelona no era una ciudad española. Yo vivía en el Eixample Dreta
durante mi adolescencia y era un pseudo pijo para mis camaradas de la noche.
Conducía una Vespa muy bonita y llevaba ropa londinense algunas veces. Al
principio mis amigos eran desconfiados conmigo. Pero con el tiempo se dieron
cuenta que era un niño bien que buscaba ser útil a la revolución cultural. Cuando
salía con mi tropa de seres noctámbulos convertíamos Barcelona es un hervidero de
pensamientos y expresiones artísticas, eso sí, dignas de las grandes capitales
europeas. Nos sentíamos como en Londres, Berlín o París. Para nosotros vivíamos
en Europa y no en España. Recuerdo muy bien que mis familiares de Madrid me
llamaban la oveja negra por creerme europeo antes que español.
¿Y de qué forma hizo honor a este título familiar?
Yo viví en una Barcelona de ruptura social y cultural. Aquí existió un movimiento
que verdaderamente planteó una cambio, es decir, una ruptura tanto con el
progresismo aburrido luego de cuarenta años de miseria cultural impuesta por el
oficialismo militar. Recuerdo haber sido parte de la contracultura barcelonesa
desde mi tribuna de escritor precoz de historietas contestatarias y plagadas de
temas tabús. Yo quería sexo, drogas y rockandroll para la sociedad. Paralelamente a
mi vida universitaria, tenía una banda de rock progresivo. Nos gustaba los Jethro
Tull pero al no tener un flautista de calidad experimentamos con canciones al estilo
Floyd con letras libertarias en catalán. Fue un desastre, musicalmente hablando,
pero no nos importaba la opinión de Roger Waters. El resultado fue exótico y
genuino pero de poca calidad.
¿Entonces su papel se ciñó al de un escritor y músico hijo de la Barcelona
urderground?
Más que un hijo diría que un bastardo de la Barcelona posfranquista. Yo no fui
concebido como obra y gracia de la sociedad catalana o española, ni siquiera como
sociedad humana universal. La gente como yo de esa época pertenecimos a una sub
cultura, por así decirlo. Ahora nos podrían llamar contracultura como un concepto
contestatario y provocador. Sin embargo, nunca fuimos considerados con un mismo
rango cultural. Más que bichos raros éramos los mal bichos apestados, si cabe esa
posibilidad. Si no eres abogado y trabajador qué demonios hacías para el desarrollo
de tu familia y de tu país. Pues yo no tenía ni familia ni país. Viví esa laguna histórica
donde Catalunya nacía de las cenizas de España. Mi familia eran mis hermanos de la
noche y del arte. La idea era compartir y dejar vivir sin barreras ni condiciones.
Repudiábamos toda señal de consumismo.
¿Y cómo financiaba su bohemia y su profundo amor al arte?
Pues de las arcas familiares y de dónde mas (risas). En realidad, todo era una
hipocresía grande de mi parte. Mi padre era socio de Barça y vivíamos bien. Yo era
una tránsfuga nocturno que los domingos por la mañana se disfrazaba de hijo
bueno antes los yayos. No obstante, para mis amigos de la noche era Carlos, el
multicolor, como me llamaban por mi excentricismo a la hora de vestir. Creo que
más pop que contracultura al inicio. Todos tenemos un pasado oscuro en algún
momento de nuestras vidas. No me importaba el que dirán de la gente pero sí el de
mi familia.
¿Pasaron de la represión franquista a la represión indirecta una sociedad
catalana muy conservadora?
Puede sonar un poco exagerado pero en cierta manera fue así. Ser artista y bohemio
era un sinónimo de perdida de tiempo para nuestros padres. La gente mayor de esa
época se espantaba con nuestro estilo y forma de vivir. Reconozco que cometí
exceso con drogas y experiencias sexuales. Siempre soñé con las orgías de la
literatura erótica francesa. Nosotros pensábamos de manera parisina o londinense.
Éramos unos avanzados para la sociedad catalana aún con la resaca del franquismo.
Pasar del control al descontrol es una sensación complicada de digerir tanto para los
que están fuera como para los que están dentro. La transición fuera dura para todos
pero especialmente para los barceloneses que queríamos ir más allá del descontrol
y la contracultura. No se trataba de consumir heroína o de practicar el sexo
descomunal. Se trataba de una generación víctima de la represión abierta, de pronto
y sin aviso, a un mundo totalmente desconocido y permisible. Fue como pasar de la
hambruna a la obesidad de un momento a otro. Pienso que nuestra mentalidad no
estaba aún preparada para abrirnos, de forma tan bonita y drástica, al mundo
desconocido. Éramos europeos finalmente. Precoces en nuestro sentir pero
europeos por rebeldía. Nos podrán tildar de todo pero siempre fuimos auténticos.
¿Era posible ser bohemio y pensar a la vez en el futuro de Catalunya como
sociedad?
En los primeros años todo era bastante desordenado. Nadie sabía muy bien hacia
donde nos dirigíamos como sociedad. Ser joven y tener esta libertad de repente no
nos permitía pensar profundamente en el cambio social que estábamos cometiendo,
quizás sin querer. La conciencia catalanista era como Dios, todos sabían que existía
pero nadie sabía como verla. En realidad, a la muerte de Franco todos
pertenecíamos al mismo bando aunque no nos gustara. Mi padre era del Opus Dei,
mi madre era de izquierdas pero reprimida por su marido, mis hermanos y yo
éramos controlados como soldados. En consecuencia, al final del calvario franquista
todos éramos libres de pronto, sin distinción alguna entre izquierdistas y
derechistas, ultra católicos y bohemios degenerados, machos ibéricos y neo
homosexuales. Para que me entienda, Barcelona era una inmensa arca de Noé
repleta de todas las especies habidas y por haber, todos caminábamos, juntos
aunque no revueltos, buscando una salvación en nombre de Dios, es decir, en
nombre de Catalunya como país y sociedad en construcción. Sabíamos que
teníamos que hacer algo por nuestro país pero no sabíamos cuál era el camino a
seguir. Mientras tanto perdíamos el tiempo haciendo arte y creando cultura. Yo
siendo abogado poco podía aportar a mi círculo bohemio y catalanista. Por eso
decidí empezar a escribir y dedicarme, de manera alternativa, a la música. El
resultado fue más que interesante. De la nada ya me sentía artista y parte del
movimiento contracultura. Aquí no habían niveles ya que todos éramos iguales pese
a que las diferencias eran más que obvias. Catalanes hijos de la misma tragedia
política y social que vivió Catalunya durante la opresión franquista.
¿Cuál fue la sensación más relevante de su experiencia libertaria?
Antes de la caída de Franco crecí con el aburrido triunvirato clásico de las familias
españolas durante el régimen de facto franquista. Mi aspiración era estudiar, por ser
hombre, casarme para fundar mi propia familia, trabajar para el Estado y procrear
para seguir aportando buenos ciudadanos para España. Eran realmente unas
perspectivas miserables para cualquier joven que esperaba ser alguien en esta vida.
Una norma casi divina dirigida a aquellos individuos que empezaban sus vidas como
hombres y mujeres mayores de edad. Yo pasado los 21 años ya me sentía dueño de
mi propia vida y de mis gustos personales. No tener una barrera política y policial
ayudaba mucho a que los jóvenes como yo nos desenvolvamos sin ataduras ni
complejos.
¿Es así como liberó también su homosexualidad?
Hombre no, yo fui marica desde pequeño (Risas). Aunque me gustaba mucho el
fútbol, por contradictorio que parezca, pienso que mi opción sexual siempre la tuve
clara. Digamos que gracias a Franco me reafirmé en mi opción. Sin embargo, claro,
era imposible ser homosexual fuera de mi mente dada las condiciones que azotaban
España. A mediados de los años 70 los salones de bailes dejaron de ser controladas
por la Falange. Imagínese que luego de los bailes sonaba religiosamente el himno
nacional, muy patético todo. Con el tiempo estos lugares se convirtieron en
dancings y luego en discotheques. La juventud empezó a tener lugares abiertos a
todo, por así decirlo, para expresar sus necesidades nocturnas de ocio, a veces más
de una forma más descontrolada de lo esperado. Digamos que a partir de aquí
empecé a conocer gente como yo. No me refiero estrictamente a homosexuales sino
también a gente desinhibida. El desparpajo era lo que abundaba en estos ambientes.
Ya con los festivales de música y la droga como aire a consumir. En Barcelona todo
era posible dada sus condiciones geográficas y sociales. Por tener salida al mar el
panorama pintaba de por sí más variopinto e internacional. Eso sumado a las
colonias gitanas, las bandas rockeras de los barrios, porreros, los estudiantes de
izquierda y los pobres de toda la vida. Sin duda era una mixtura perfecta para que
pueda nacer una contracultura por todo lo alto. Se fundó un idioma común por
primera vez entre tanta gente tan diferente.
¿Entonces se sintió por primera vez en un ambiente familiar?
Queda claro que sabía que mi familia habitaba en l’Eixample Dreta. Ahí me
esperaban los cocidos y las lentejas. Pero convivir con el hipismo barcelonés de
entonces me llenó un vacío que nunca encontraría bajo las protectoras paredes de
casa. Como universitario izquierdista me acerqué a los ambientes marginales que
nunca antes hubiera imaginado visitar. La reivindicación de lo popular era la mejor
canción de rockandroll para todos. En ocasiones sentía que hacía servicio social
dándomelas de intelectual con la gente pobre e incluso disfrutaba de la ignorancia
que pregonaba esta gente. Aquí conocí grandes amigos homosexuales que iban más
allá del hipismo. Aquí se mezclo de todo pero siempre con valores subculturales
muy latentes. Éramos anarquistas y reivindicábamos la droga como medio de vida y
no éramos precisamente yonkis. Aquí se me respeto por primera vez a mi opción
sexual. Aquí nació los primeros movimientos gays como emblemas de mi
generación.
¿Cuándo terminó este idilio libertario para Pau Reverte?
En realidad el idilio nunca terminó. Sin embargo, aquí en Barcelona se estancó a la
llegada de Pujol. Finalmente, la contracultura fue una catarsis hermosa única en su
género. Lo bueno no se contempla repeticiones, dicen. Yo me fui a vivir a Nueva York y Buenos Aires posteriormente. A partir del 82 me convertí en un desterrado
nostálgico. Me casé con mi mejor amiga y tuvimos dos hijas.
¿Siendo un homosexual procedente de la contracultura, era posible esto?
En realidad en la vida todo está permitido y nada es verdad hasta que dejas de
hacerlo. Yo siempre fui y seré homosexual pero a la vez quería una familia propia.
Mi mujer, quien es mi mejor amiga a la vez, fue capaz de ofrecérmelo y de aceptarme
tal como soy. No me arrepiento de haber dejado de lado mi personaje en Barcelona.
Ya pasaron muchos años y guardo un grato recuerdo de aquella experiencia
irrepetible para quienes realmente la vivimos. Ya no hay dedos acusadores que
valgan a esta altura de mi vida. La autenticidad muere cuando nos sentimos
avergonzados de lo que somos.
¿Siente usted nostalgia de ver la Barcelona actual y compararla con la que le
tocó vivir?
Son sentimientos encontrados para ser sincero. Ver mi ciudad teñida de sombreros
mexicanos y guiris ebrios cantando “La Bamba” no me hace muy feliz precisamente.
Pero yo no soy nadie para juzgar. Barcelona se abrió al mundo gracias a una ruptura
cultural que la empezó mi generación. Barcelona es única en el planeta y de eso hay
que sentirse orgulloso con sus defectos y virtudes. Como dije antes, lo bueno es
irrepetible y sería indecente anhelar otra revolución para mi y los míos. Las
próximas generaciones que proclamen la independencia de nuestro país podrán
disfrutar de su propia contracultura y de un espíritu libertario, comparable al de mi
época pero nunca igual. La nostalgia es una sensación masoquista. A mi ya no me
gusta sufrir y prefiero el disfrute para mi tercera juventud, por no decir los últimos
años de mi vida.